lunes, 19 de diciembre de 2011

Lluvia

Bueno, ya lo que me faltaba. Por si el día no hubiera sido lo suficientemente asqueroso, ahora esto. Me voy a calar antes de llegar a casa sí o sí.
En fin, si me voy a empapar, mejor hacerlo sin aspavientos y aceptándolo con la templanza samurái que me caracteriza.
Ay, cuántos golpes no me ha de dar esta vida...

Bien mirado, no es tan horrible. Tiene su gracia. Es, es... es casi placentero.
Saber que el agua que resbala por mi cuerpo es la misma que aquella con la que se lavó los pies uno de mis ancestros y que será la misma que beba el último de mis descendientes...
No sé, siento... siento algo especial.
¿Y si... y si me dejara llevar?
Sí, sí, cae sobre mi, lluvia. Mójame, límpiame, hazme uno con el universo. Cierro los ojos y abro mis brazos. Recibo tu llegada. Eres la naturaleza desatada que el hombre no ha podido corromper. Todo da vueltas y el frío que me haces sentir me mantiene vivo. Es tal la energía que siento que

Joven ahogado en el río Spree.
Testigos oculares afirman que el joven se precipitó al vacío tras dar varias vueltas sobre sí mismo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Atropello

Agh... me duele todo. ¿Estoy bien? Parece que sí.
Menos mal que las botas y la chupa han parado un poco el impacto.
Christopher Reeve dijo lo mismo al caerse del caballo.

Ahí viene. ¿Lo habrá hecho a proposito? No tiene sentido pero tiene que haberme visto, no lo entiendo.
Se disculpa. No se lo cree ni él. No llega a admitir su culpa, en el fondo piensa que le tenía que haber dejado pasar y que me lo merezco.
Llega su mujer. Parece asustada. Tanto que no puede ni hablar, aunque sus ojos parecen pedirme perdón. ¿Qué es esto, una versión actualizada de poli bueno, poli malo?
Qué tío, abre la cartera y me ofrece veinte euros. Por si tengo que reparar alguna cosa de la bicicleta, dice.
La mujer me mira con ojos implorantes, cógelos, cógelos, te lo mereces.

¿Me lo merezco? ¿Sí? ¿El dinero? ¿El golpe? ¿Los dos?
De acuerdo, mi bicicleta tiene unos frenos como para representar El Cascanueces en patinaje artístico, la luz no funciona y mi timbre, marca ACME, no impone gran cosa, pero el que se ha saltado el semáforo ha sido él. Y eso sigue teniendo alguna importancia, ¿no?
Además, tampoco es que su coche esté en perfectas condiciones, que todos hemos visto su tapacubos saltar como alegre conejo al encontrarse con mi pie.
Pero el que iba en bicicleta era yo, cierto.
Como en el pasado y en el futuro, yo en bicicleta y él en Mercedes.

Veinte euros por las molestias.
Veinte euros con ojos de hombre magnánimo.
¿Tendré que pagar intereses?

lunes, 5 de diciembre de 2011

El hombre importante

Él es un hombre importante. Observen si no con que decisión deja la bicicleta, entra en el edificio, sube las escaleras y cierra la puerta de la sala de espera ignorando el cartel que dice que no se debe cerrar. Abra paso, populacho, ¿no ve que el rey ya ha llegado? parecen gritar sus brazos en jarras y piernas levemente abiertas.
Una entrada magistral que atrae las miradas de los allí reunidos, sí, pero que pasado ese instante dorado, ese momento que parece contener brillos de pan de oro, queda cortada por una realidad inapelable: en cuestión de segundos ha pasado de ser alguien importante, a ser ese señor del fondo que cuenta las baldosas para evitar el tedio de la espera.

Pasan los minutos, diez, veinte, treinta, ¡cuarenta! y la cola no avanza. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo? ¿No se dan cuenta que mi tiempo es oro, que no lo puedo perder con estas tonterías? se pregunta más y más enojado.
Mira, carraspea, anda en círculos, resopla, aprieta los puños y musita palabras de indignación por lo bajo.
Al otro lado de su enfado, una cola imperturbable y una oficina inexpugnable.

De pronto ¡noticias! hoy no habrá servicio hasta dentro de una hora. Las protestas ante la situación se extienden por toda la sala y se forman corrillos quejosos.
Él no se rebaja a discutir con el resto.
Él, muy digno, se encamina hacia la salida y gira levemente la cabeza para lanzar una última mirada de desprecio. Una mirada implacable que le eleva por encima de los demás.
Pero todo lo que sube, baja, y así lo entiende una puerta, la puerta que no se debía cerrar y con la que ha venido a chocar.