lunes, 5 de diciembre de 2011

El hombre importante

Él es un hombre importante. Observen si no con que decisión deja la bicicleta, entra en el edificio, sube las escaleras y cierra la puerta de la sala de espera ignorando el cartel que dice que no se debe cerrar. Abra paso, populacho, ¿no ve que el rey ya ha llegado? parecen gritar sus brazos en jarras y piernas levemente abiertas.
Una entrada magistral que atrae las miradas de los allí reunidos, sí, pero que pasado ese instante dorado, ese momento que parece contener brillos de pan de oro, queda cortada por una realidad inapelable: en cuestión de segundos ha pasado de ser alguien importante, a ser ese señor del fondo que cuenta las baldosas para evitar el tedio de la espera.

Pasan los minutos, diez, veinte, treinta, ¡cuarenta! y la cola no avanza. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo? ¿No se dan cuenta que mi tiempo es oro, que no lo puedo perder con estas tonterías? se pregunta más y más enojado.
Mira, carraspea, anda en círculos, resopla, aprieta los puños y musita palabras de indignación por lo bajo.
Al otro lado de su enfado, una cola imperturbable y una oficina inexpugnable.

De pronto ¡noticias! hoy no habrá servicio hasta dentro de una hora. Las protestas ante la situación se extienden por toda la sala y se forman corrillos quejosos.
Él no se rebaja a discutir con el resto.
Él, muy digno, se encamina hacia la salida y gira levemente la cabeza para lanzar una última mirada de desprecio. Una mirada implacable que le eleva por encima de los demás.
Pero todo lo que sube, baja, y así lo entiende una puerta, la puerta que no se debía cerrar y con la que ha venido a chocar.

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