lunes, 25 de julio de 2011

La cita

Tirorirori, tirorirori.
Esto va sobre ruedas. Un par de anécdotas graciosas, un acercamiento sutil - quizás una mano que de pronto reposa sobre su brazo, quizás una suave caída de ojos - y esto está hecho.

Hum... bien mirado puede que sea más seguro dejarlo para el siguiente local... Bailar me da un poco de pereza pero está claro que ayuda.
Sí, decidido; termino de mear, la Meadita de la Victoria, la podría bautizar, acabamos la cerveza y propongo ir al otro garito.

No esperaba encontrármela tan receptiva. Con estas cosas nunca se sabe, ahí está la magia.
Bueno, la magia y este tipazo, porque ¡hay que ver cómo estoy! ¡Vaya cuerpo de escándalo! De la cabeza a los pies se nota que aquí hay... ¡Pis! ¡Me cago en diez, qué me he meado!

Joder... Y ahora ¿qué hago? A ver si con un poco de agua... ¡Bravo, bravo! Ahora tengo media pernera del pantalón mojada.
Nada, este papel no seca nada. Si me subo a la pileta y estiro mucho la pierna creo que puedo llegar al secamanos...

¿Cuanto tiempo llevo en el baño? Va a pensar que... No, no puedo correr ese riesgo, tengo que salir ya.
Tranquilidad, ante todo tranquilidad. Respira profundamente y cruza la puerta.
Así, muy bien.

Bah, andando lateralmente y con la carta de vinos estrategicamente situada tampoco se nota tanto...

lunes, 18 de julio de 2011

Medio pollo

¿Está libre? Sí.
El hombre se sienta frente a mí y, tras un vistazo a su comida, medio pollo en el centro de un plato blanco sin ninguna clase de acompañamiento, comienza a arrancar partes del ave y comerlas con las manos; primero las alitas, luego un trozo de piel, luego la carne que está debajo, etc.
Sorprendido, no puedo evitar quedarme mirando. Primero con estupefacción y, tras echar una ojeada a mi plato, con franca envidia después.

El hombre no se da cuenta porque está distraído mirando el culo de una rubia, pero yo no pierdo detalle de su masticar. De la trituración a la que somete a los trozos de cadáver que se entreven en cada una de sus acometidas. Toda mi atención centrada en el movimiento de sus dientes.
De pronto, creo ver plumas sobresalir de su boca y un trino atraviesa mi timpano. Incapaz de distinguir entre realidad y ficción, sopeso la posibilidad de lanzar un gruñido, enseñar los dientes, arrancarme la camiseta y pelear con este obrero de ojos azules por el trozo de carne que queda.
Pelear con él, pelear con el turco que nos intentaría detener y pelear con el resto de clientes. Destrozar el local a patadas y, triunfante, levantar el trozo de pollo en el aire en señal de victoria. Desear que el trozo fuera un bistec, estuviera crudo y sangrará al morderlo. Que la sangre resbalara por mi barbilla y mi pecho desnudo.

La rubia se ha ido, el hombre me está mirando inquisitivo y yo bajo la vista. Ahí siguen, impertérritas, mis verduritas hervidas.

lunes, 11 de julio de 2011

En bici

Cuando voy en bicicleta me sé superior a los peatones. Por eso, si alguno pisa ligeramente el carril-bici, obtiene un seco timbrazo como amonestación. Eso sí, soy un hombre justo y no hago distinción de raza, sexo, edad u orientación sexual.

Timbrazo al heterazo, por obvio y por pelmazo.
Timbrazo a la bollo, por esos trajes tan rollo.
Timbrazo al anciano, por salir a la calle tan temprano.
Timbrazo a la pija, por hacer que viéndola, me aflija.
Timbrazo al turista, por hacer de viajar, una lista.
Timbrazo al religioso, por ser un hijoputa y, además, peligroso.

También hay días en los que me siento magnánimo. Días en los que los asustados peatones me miran de frente con ojitos de ciervo en carretera y yo, acariciando ligeramente el timbre, les dirijo una mirada condescendiente. Para que sepan que, de haber querido, lo podría haber hecho sonar.

Ir perdonando vidas con la bici. El camino del guerrero mierdero.

lunes, 4 de julio de 2011

La planta

Comprar esa planta ha sido la peor idea del mundo. Estoy en constante tensión. No se si los bordes de sus hojas están un poco marrones por falta de riego o exceso de él. Quiero pensar que es una planta de exterior, pero quizás ni eso.
Tengo la sensación de que haga lo que haga, me voy a equivocar y matarla.

No duermo bien desde hace 10 días. Me despierto una, dos, tres veces cada noche. Ayer seis. No digo que esté relacionado pero es un hecho objetivo que la compra de la planta de dos euros y mis problemas de sueño han coincidido en el tiempo.
Qué enajenación, ¿no? Pensar que la suerte de sus hojas y mis horas de descanso corren en paralelo.
¿Os imagináis que me voy obsesionando más y más, que comienzo a cuidar la planta de forma enfermiza buscando dormir más de cinco horas seguidas? ¿Que cada vez que encuentro un nuevo reborde marrón, se me clava en el pecho como un estilete pues se que esa noche la pasaré en vela?

Una dedicación que se va haciendo más y más absorbente. No salir de casa para ver si mejora. Dejar de comer. Beber el agua de una misma jarra de cristal para intentar comprender qué ocurre. Vivir por y para una planta que insiste en morir.
Un hombre desplomado sobre una ventana. Un pañito húmedo agarrado por una mano crispada que reposa sobre una planta muerta.
Dormir al fin.