lunes, 29 de agosto de 2011

Tortilla de patatas

Ah, esto es vida...
El sol calentando mi cuerpo, el aire refrescando la atmósfera con ecos del lago adyacente y la naturaleza desplegando sus encantos veraniegos en este bello rincón naturista.

Qué bien, a pesar del par de horas que ha estado en el taper, sigue estando razonablemente caliente y jugosita.
Cómo cambiamos las personas. Con lo que a mí me gustaba la tortilla de patatas de bar de carretera, dura como una piedra, inexpugnable al cuchillo invasor, ¡Santiago y cierra, España!, y ya ves, con la excusa de que a la gente le gusta más blandita, aquí estoy, regocijándome en las viscosidades de este huevo que, casi casi, chorrea por el tenedor como si de un simpático chimpancé descolgándose por una liana se tratara.
No se, será la edad, que no perdona.
Hablando del paso de los años, por ahí va un venerable anciano.
Pero ¿qué hace? ¿Se está poniendo a cuatro patas? ¡No, no, no! No recoja la cartera así, señor, no.
Oh, no...

Laxa carne la de esas piernas, antaño columnas de hércules, hoy sombras fofas de lo que fueron, unidas en un culo flácido. Laxa carne que con sus morbosidades parece invitar a un perverso juego; ven, mira, soy maleable, ¿quieres ver como mis pliegues se agitan al son del viento?. Laxa carne cuyo centro de poder es un ojete que, desde su negritud desvergonzada, me interpela directamente, retándome a llevar a la boca el esponjoso trozo de tortilla que pende de mi tenedor.
Laxa carne.

lunes, 22 de agosto de 2011

A caballo

¡Qué porte! ¡Qué distinción! Allá por donde paso voy causando admiración.
La gente se gira y desde abajo me mira.

Señor...

Es el relincho de mi caballo, sin duda ya legendario. El color blanco de su pelaje, que combina con el gris de mi traje, solo se ve en su lomo interrumpido por motas de un negro deconstruido.
Y si más rápido quiero cabalgar, solo tengo que la brida soltar.

Señor, digo que...

Mira, mira como esa mujer me mira. Es que cuando descabalgo, luzco siempre tan gallardo, que, del sombrero a la bota, lo que valgo, se nota.

Señor, por favor le pido, pare con sus delirios. La gente se gira a su paso, sí, pero porque lo que usted llama blanco corcel, es en realidad bicicleta salpicada de manchas de grasa. Que no son relinchos, le digo, que son de los pedales, chirridos. La brida es cadena, el sombrero gorro de rapero y no me haga mencionar que lo que como bota ha dado en llamar, son los pantalones metidos por dentro del calcetín. ¡Es una estampa que espanta!

Pero, amigo mío, ¿todavía no has aprendido que somos quienes creemos ser, y no como los demás nos quieren ver?

lunes, 15 de agosto de 2011

Cinco euros

Cinco euros sin consumición...
Ir entrando que voy a hacer una llamada.

Juraría que estaba en el pantalón... ¿Quizás en la chupa?
Ah, mira, lo había metido en el bolsillo de los condones.
Un momento por favor... se conoce que había un trozo de chicle y se ha pegado en el forrito, qué tontería, ¿verdad? jejeje
Aquí está, como nuevo, cinco euros como cinco soles.
Ups, que se escapa. Qué torpe estoy.
Por favor, ¿podrías levantar el pie? No, el otro. No, no, tú no, tu novia. Vaya, qué embarazoso, se ha pegado al tacón. Como quedaba un poquito de chicle... No, hombre, no, yo soy un tipo serio. Su novia tiene unos pies muy bonitos, unas piernas formidables y un tatuaje en la cara interna del muslo ciertamente sensual pero mi único afán y proposito es el de recuperar este billetito tan rebelde, entregarselo a este joven de treintaipico tan dinámico que lleva una gorrita oldschool y pasar un rato agradable bailando con está música tan juvenil y tan... popular, ¿no? Porque esto que oigo es lo que bailan en los pueblos del Peloponeso, ¿no?

Ahora sí, aquí tiene mis últimos cinco euros, todos para usted.
Pero ¿cómo mi culpa? Es usted el que ha tirado con exagerada fuerza. Yo solo lo sujetaba firmemente para que no se volviera a caer.
Mire, no vamos a discutir por un billete de cinco euros que se ha cortado ligeramente. Voy un momento a casa, le pongo un poco de celo y luego ya, si eso, vengo y se lo entrego para poder acceder a su templo de ocio musical. ¿Le parece?

lunes, 8 de agosto de 2011

Dolor de estomago

Bella estampa la de una persona arrodillada delante del inodoro, compartiendo con la loza palidez en la cara y pidiendo perdón por sus pecados.
Salvo modelos y personas con gusto por anorexias varias, gentes que seguro conseguirán hacer del vómito algo bello, el resto de la humanidad nos sentimos tirando a humillados en esa situación y vemos en el retrete más un enemigo a batir, que un amigo que nos comprende.
Estaba yo en esa tesitura y estado de ánimo, cuando pensé que mi dolor de estómago no debía ser tan agudo si, como me estaba sucediendo, no podía abstraerme del hecho que el váter estaba sucio.
No solo era su inapelable suciedad lo que me perturbaba, no. Un pelo, aventuro púbico, se erguía desde el otro extremo del retrete ofreciéndome comprensión; Esas gambas no tenían buena cara ¿miraste la fecha de caducidad? Hay que mirar siempre la fecha de caducidad. Y mejor comprar en el mercado, más fresco todo, hazme caso.
Era un pelo con buenas intenciones, no lo niego, pero no estaba yo para disquisiciones culinarias. Lo único que quería era vomitar en paz, libertad y unas condiciones de salubridad que ese inodoro no me estaba ofreciendo.

Es en esos delicados momentos, cuando el guiñapo en el que me veo convertido saca fuerzas de flaqueza, se levanta con expresión mareada, la tensión por los suelos y los violines en Allegro Maestoso directo al cerebro, y coge el instrumental de limpieza.
Guantes, desinfectante y balleta obran el milagro; de vulgar intoxicado por productos de mar a semidiós de la ablución.

lunes, 1 de agosto de 2011

Concierto en una iglesia

Qué bueno el primer violín, ¿eh? El segundo ha entrado un poco tarde pero ha sabido recomponerse. Y esa viola emite buenos sonidos. Ni muy graves ni muy agudos. Para entendernos, en el punto justo de sal.

Vivaldi puede darse por satisfecho; su memoria está siendo honrada con todas las garantías exigibles a un grupo de jubilados de entre 60 y 90 años en un estadio no muy avanzado de Parkinson.
Y, qué bien mueve los bracitos el director de orquesta. Mira, mira cómo lleva el compás y con que delicadeza entra el último Allegro siguiendo sus ordenes; ese contrabajo serio, esa flauta juguetona, esa Shakira cantando el Waka waka...
Ay madre, que no es una aportación postmoderna del director, que es el politono de una señora.
Ay, que Shakira está a punto de llegar al estribillo y el móvil sigue perdido en la infinitud del bolso.
Qué desastre, mira cómo sale la señora de la iglesia, todavía sin encontrar el móvil y con la pianista dudando si levantarse o no para hacer unos bailes sesis de cadera.

Es una pena que pasen estas cosas. No ya por la canción, que teniendo Shakira en su repertorio "Suerte", es una elección discutible, ni por el segundo violín, que tiene escrito en lo acuoso de su mirada que éste es su último concierto, si no porque esta pobre señora, por un despiste, por una nadería, por una llamada de su marido para recordarla que compre cerveza de oferta pero en botella de cristal, no de plástico que sabe peor, por un detallito de nada, decía, quede en evidencia delante de toda la congregación, la vergüenza la atenace de tal modo que no acuda a misa nunca más y, por consiguiente, acabe ardiendo en el Infierno por los siglos de los siglos.
Amén.