lunes, 22 de agosto de 2011

A caballo

¡Qué porte! ¡Qué distinción! Allá por donde paso voy causando admiración.
La gente se gira y desde abajo me mira.

Señor...

Es el relincho de mi caballo, sin duda ya legendario. El color blanco de su pelaje, que combina con el gris de mi traje, solo se ve en su lomo interrumpido por motas de un negro deconstruido.
Y si más rápido quiero cabalgar, solo tengo que la brida soltar.

Señor, digo que...

Mira, mira como esa mujer me mira. Es que cuando descabalgo, luzco siempre tan gallardo, que, del sombrero a la bota, lo que valgo, se nota.

Señor, por favor le pido, pare con sus delirios. La gente se gira a su paso, sí, pero porque lo que usted llama blanco corcel, es en realidad bicicleta salpicada de manchas de grasa. Que no son relinchos, le digo, que son de los pedales, chirridos. La brida es cadena, el sombrero gorro de rapero y no me haga mencionar que lo que como bota ha dado en llamar, son los pantalones metidos por dentro del calcetín. ¡Es una estampa que espanta!

Pero, amigo mío, ¿todavía no has aprendido que somos quienes creemos ser, y no como los demás nos quieren ver?

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