lunes, 8 de agosto de 2011

Dolor de estomago

Bella estampa la de una persona arrodillada delante del inodoro, compartiendo con la loza palidez en la cara y pidiendo perdón por sus pecados.
Salvo modelos y personas con gusto por anorexias varias, gentes que seguro conseguirán hacer del vómito algo bello, el resto de la humanidad nos sentimos tirando a humillados en esa situación y vemos en el retrete más un enemigo a batir, que un amigo que nos comprende.
Estaba yo en esa tesitura y estado de ánimo, cuando pensé que mi dolor de estómago no debía ser tan agudo si, como me estaba sucediendo, no podía abstraerme del hecho que el váter estaba sucio.
No solo era su inapelable suciedad lo que me perturbaba, no. Un pelo, aventuro púbico, se erguía desde el otro extremo del retrete ofreciéndome comprensión; Esas gambas no tenían buena cara ¿miraste la fecha de caducidad? Hay que mirar siempre la fecha de caducidad. Y mejor comprar en el mercado, más fresco todo, hazme caso.
Era un pelo con buenas intenciones, no lo niego, pero no estaba yo para disquisiciones culinarias. Lo único que quería era vomitar en paz, libertad y unas condiciones de salubridad que ese inodoro no me estaba ofreciendo.

Es en esos delicados momentos, cuando el guiñapo en el que me veo convertido saca fuerzas de flaqueza, se levanta con expresión mareada, la tensión por los suelos y los violines en Allegro Maestoso directo al cerebro, y coge el instrumental de limpieza.
Guantes, desinfectante y balleta obran el milagro; de vulgar intoxicado por productos de mar a semidiós de la ablución.

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