lunes, 16 de abril de 2012

El apretón

Hombre, mira, aquí llega uno de los muchachos del otro proyecto con los que compartimos despacho. Parece majete.

¡Será desgraciado! Me ha destrozado la mano con el apretón. ¿De qué va? ¿Qué demonios le pasa? ¿Tiene que demostrar que es el más fuerte? ¿Que es el líder de la manada?
Ya, ya, ya... mírale qué enrollado, como me sonríe desde su mesa.
Je je je. ¡Salud!
Así se te complique el constipado y mueras ahogado en tus propias flemas...

¡Esto es un atropello! ¡Sus compañeros han hecho lo mismo!
¿Seré yo un blando?
A ver que mire...
Mis compañeros de proyecto no parecen verse afectados...
No, no soy un blandengue, no cabe duda que la fuerza prensil ejercida sobre sus manos es menor. Mucho menor. Apenas hay tensión en los dedos y las venas del antebrazo no se marcan.
Está claro que han ido a por mí, sí, pero, ¿por qué? ¿Me habrán visto más débil y querrán reírse a mi costa? ¿Es una forma de ponerme a prueba? ¿Será por que soy español? ¿Odiarán a los españoles? ¿No se dan cuenta de que es peligrosísimo? ¿Que, si como mucho me temo, tengo un principio de osteoporosis podrían romperme los huesos de la mano?

No puedo correr el riesgo de que me saluden todos los días.
Voy a tener que convencerles de que soy musulmán.
Tres besos y a correr.

lunes, 9 de abril de 2012

La piedra

Voy andando distraído por la calle, tropiezo, me caigo y pierdo el conocimiento.

No hay diferencia.
Pasan los siglos y todo parece distinto. Pero es siempre lo mismo.
Personas haciendo un trabajo con el único fin de, tras unas horas de descanso, obtener el derecho a volverlo a realizar.
¿Qué les mueve? ¿Cual es la zanahoria que les alimenta?
La esperanza del domingo, la esperanza del más allá, la esperanza de las zapatillas Nike.
Y, mientras, el patrón nos enseña a rezar, qué bueno es el patrón.

Hay demasiadas palabras, están por todas partes, y no valen nada.
No quiero predicar en el desierto.
Quiero mi revolución, ser mi propio salvador; desear menos, vivir con menos.
Apoyado en el arte y la contemplación pausada.

Voy andando distraído por la calle, tropiezo, me caigo y pierdo el conocimiento.

lunes, 2 de abril de 2012

La cerilla

Es la cruz de la moneda.
Uno no piensa en ello cuando toma la decisión de compartir piso, pero, más pronto que tarde, ocurre. Y se descubre limpiando la mierda de los demás.
Una mierda no sólida, correcto, pero aún así plenamente palpable, paladeable incluso, si el gusto es tal. Una mierda en suspensión. La caca flotante. El excremento gravitacional en clave de vals de Strauss.
Pequeñas, ¡que digo pequeñas! ¡minúsculas! partículas de una deposición, quizás trabajosa, quizás ágil y resuelta, que ahora revuelan, juguetonas, por un cuarto de baño sin ventanas. Las últimas de Filipinas de una comida copiosa.

Y ahí estoy yo, iluminando su camino a la inmortalidad. Previa combustión.
Con la cerilla en alto, soy el homo erectus que da uso al fuego por primera vez, que descubre rincones oscuros amparado por la llama, consciente de los peligros que entraña, pero firmemente resuelto a ello.
Muevo la cerilla por todas partes. Gesto innecesario. Las partículas de detrito vienen a mí como polillas en noche de verano.
Saben que es mejor arder de un chispazo y convertirse en humo negro, que disiparse lentamente.

¡Qué punk es la mierda!

lunes, 26 de marzo de 2012

La puerta del salón

¡BAM! Abrir puerta ¡BAM! Cerrar puerta

¿Será muy difícil quitar una puerta? ¿Podría hacerlo con la suficiente cautela como para que mis compañeros de piso no se den cuenta? Si están en el salón, va a ser complicado que no se giren y me vean sacarla de sus goznes. Quizás si la tele está muy alta...
O si no, para evitar más ruido que el crepitar de la madera, podría hacerla arder. Así de paso elimino las molestias de cargar con ella por las escaleras. Ya lo que me faltaba, crucificado por el pecado de querer dormir.
Sea lo que sea, tengo que hacer algo con esa puerta, no es normal que cada vez que alguien la abra y la cierre me despierte. Es muy desagradable.

¡BAM! Abrir puerta ¡BAM! Cerrar puerta

Gusanos dentro del colchón alimentándose de una espuma regada con el sudor de los sueños inquietos y la saliva de los plácidos.
Los gusanos, como los insectos, son el horror primigenio. La naturaleza descontrolada, entrópica. El horror que surge en cualquier momento y en cualquier lugar. El fruto de la putrefacción.
Nunca dormir y morir fueron más de la mano.

¿Véis, véis como yo también sé abrir puertas que no dejan dormir?

lunes, 19 de marzo de 2012

El dedal

Tiene que haber un sitio por aquí cercano donde vendan souvenirs.
Voy a preguntar en este quiosco.

Ya, claro. Que lo que tiene son periódicos y revistas pero no dedales.
Ya, sé que no es muy habitual, pero he pensado que podrían tener cosas como de regalo y... no se preocupen, señoras, que ya lo encontraré.
Bueno, es una idea, puedo probar ahí, pero yo me refiero a dedales con un dibujo de... vale, vale, señora, voy.

¡Vaya rollo me ha soltado! He tenido que ir a donde me indicaba sólo para que se quedara tranquila. ¡Cómo va a haber dedales con dibujos de Berlin en un supermercado!
Yo creo que ya puedo regresar...
Pues no, la vieja sigue ahí, observándome y señalándome el puñetero Lidl.
Sí, sí, ja já, ya lo veo, descuide.
La madre que la parió, viene aquí.

No, no se moleste, señora, que ya lo encuentro yo. De verdad, que no hace falta que me acompañe al supermercado. Déjeme al menos candar la... ¡Señora, por favor, que tengo 29 años, no necesito que me coja de la mano para cruzar la calle!
No, no lo está entendiendo, no es para coser, es un pequeño regalo para la madre de mi... no, no necesito el pack arcoiris de hilos de rosca. Pero ¿cómo recambios para la maquina de coser? Pero si yo... por favor, saqué ese juego de agujas del nº 17 al 13 del carrito. ¿Punzón? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Juego de botones? ¿Parches de Winnie the Pooh? ¿Gancho de ganchillo? ¿Cinta de medida? ¿Tiza de sastre?

Sí, un horror. Qué juventud. Increíble pensar que podrían robarme la bici por no ponerle el candado.
No, mire, de verdad, no quiero ir a su casa a tomar el té para que se me pase el disgusto.

lunes, 12 de marzo de 2012

El negro

Los negros molan.
Aunque a veces ponen todo su empeño en no hacerlo, ¡sombrero con pluma de faisán a juego con traje amarillo!, siguen molando.
Es una molaridad muy propia, muy negra, de nefastos resultados cuando intenta ser adoptada por blancos.
Algunos blanquitos deberían asumir que nunca van a molar con pintas de raperos. Deberían buscarse a sí mismos, encuentra tu molaridad joven blanco, para no ser un pálido reflejo de El Gran Hombre Primigenio, el hombre negro.

Tú y yo somos iguales, bro. Yo te entiendo a ti y tú me entiendes a mí. Respect.
Vaya culo tiene la fulanita, eh. A big big booty biaaach.
Nos está buscando... nos está buscando y al final nos va a encontrar. Como en los viejos tiempos. Tú y yo, uña y carne.
El humo del tabaco, ¿era tabaco, ma' nigga, era tabaco o crack? ha pasado tanto tiempo..., el humo del tabaco cubriendo el local, tan denso que respirar era como recibir puñetazos, y la rubia recorriendo las mesas, buscando los nervios, la excitación de la primera vez que se perdió. Que la perdimos.
No teníamos dinero, pero nos sobraban recursos. Recursos para emborracharlas sin alcohol, para convertir la hora andando en parte de la noche sin que, incómoda, surgiera la palabra "taxi", para que no vieran las puertas desvencijadas, las ventanas rotas o el colchón en el suelo. Teníamos recursos, ma' men, teníamos recursos...
No nos querían en la superficie, brotha, la verdad es esa, no nos querían en la superficie y nos encerrabamos en locales bajo tierra a escuchar y bailar nuestra música.

No, señor. Perdon, señor. No quería importunarle, señor. Ningún problema, señor. Ha sido una lamentable confusión, hago proposito de enmienda, señor.
¿Respect?

lunes, 5 de marzo de 2012

Mi nariz

Buf, cómo huele. Es un olor como, como... no sé describirlo. A ver... ¡buag, repugnante! No hay nada físico con lo que comparar el aire que sale de esta rueda pinchada. Huele a suspenso con 4,9, a confesión de infidelidad, a ideología de derechas enmascarada en política económica, a gira y disco de judas priest sin kk downing, a visita al proctólogo, a sentencia del Tribunal Supremo, a... argh, ¿por qué sigo oliéndolo? Con lo sensible que son mis pituitarias, y haciendo experimentos proustianos, anda que...

Realmente es una buena, noble nariz. Una nariz que se proyecta al futuro con confianza. Una nariz astuta, heredera de los más ilustres pueblos que habitaron la península ibérica.
Siglos de historia, de civilizaciones enfrentadas, concentrados en mi nariz.

Cuando introduzco un dedo en ella, soy el discípulo extranjero de Platón que, extasiado ante su creación, comprende y sale de la caverna.
Cuando me pica, cientos de mercaderes, vendo oro compro mirra barato barato, la rascan conmigo.
Cuando, desconfiado, la tuerzo, adopto el mismo gesto grave que el marino anónimo realizó al ver aproximarse un barco inglés.
Cuando la sueno, resuenan los ecos de las cavidades donde el maqui se escondía.

Mi nariz como legado de una estirpe.
Mi nariz como damnificada de un lunes con olor a Momentos Prescindibles con la cabeza en otra parte.

lunes, 27 de febrero de 2012

Crema de calabacín

Hola. Crema de calabacín. Se puede comer fría, pero hoy la vamos a servir caliente, a mí me gusta más y se le puede echar queso por encima para que se funda. A partir de las 15:00. Pásese, ya verá como le gusta.

Las 15:02 y no hay nadie. Bueno, mejor, me ha quedado horrible. Muy liquida y sosa. Por no hablar de que eché siete hojas de laurel y solo he rescatado cinco.
Nada, que no hay manera de rectificar el punto de sal. Esto no sabe a nada y hay que asumirlo. Qué vergüenza, qué vergüenza...
No se vende ni de coña. ¿Cuantos litros puede haber aquí? Más de diez seguro, probablemente unos catorce. Le voy a meter un poco más de fuerza al fuego, a ver si se evapora más agua y queda más consistente.

¿Y este hombre? ¿Será amigo del dueño? Parece que no...
¡La está pidiendo! ¡Increíble!
Yo creo que detrás de esta columna no se nota que le estoy observando. Como mucho se me ve media nariz.
Ay, que está torciendo el morro... Con los nervios seguro que le he servido un cuenco con el laurel. Mira, ya hace ademán de levantarse. Ahora vendrá, dirá que la crema es un asco, que no va a volver y que por favor tengamos la decencia de devolverle su dinero o se verá obligado a llamar a la policía puesto que estamos trabajando sin licencia. Voy a pasar una noche sensacional en la comisaría rodeado de skinheads turcos. ¿Podrán mis barbas ganarme su respeto? ¿A quién puedo llamar para que aclare mi situación legal?

Ah, mira, no, se conoce que se ha levantado un poco de aire y solo quería ponerse el abrigo.
Qué mal rato, de verdad, qué mal rato, no vuelvo a hacer esto.

lunes, 20 de febrero de 2012

La azafata actriz

Todo su lenguaje es no verbal y sus gestos, exagerados. Es rubia, muy rubia, y lo sabe. En algún momento de su vida descubrió el pizpiretismo y ya nunca lo abandonó.
En el teatro de la proa del avión, allí donde los espectadores nos hundimos en butacas de las que no podemos escapar, ella representa dramas con dotes de curso por correspondencia.

Su aproximación a la dinámica de mujeres que cotillean es irregular. Ella culpará a la compañera que le da la réplica, pero lo cierto es que sus caras de sorpresa, ligera reprobación y divertida picardía resultan forzadas y no dan ganas de saber qué confidencias esconden.

Ante los mal disimulados bostezos del público y los abiertamente críticos ronquidos de una señora con bigotillo perlado de sudor, se dirige al piloto y ataca un clásico intemporal de la comedia romántica.
Él se remueve incómodo, quizás por el papelón que le ha tocado en suerte, a su edad y con esa cara, quizás simplemente porque quiere orinar.
Ella le hace caídas de ojos de manual y él, incrédulo pero halagado, dirige continuas miradas al baño. La situación se prolonga unos minutos pero en cuanto ella se distrae por una turbulencia, él hace mutis por el foro.

La precipitada salida del piloto y la llegada de un niño de lela mirada, le dan la oportunidad de redimirse ante el público femenino. La acción se desarrolla según los cánones; ella le sonríe, él la mira adorablemente, ella le coge en brazos. Pero entonces la cara del niño se oscurece y en la de ella se dibuja una mueca de espanto.
La gente grita pero yo me abstraigo y me pregunto; ese caca diarreica que resbala por su brazo ¿es también un tópico o un giro inesperado? ¿Estamos en comedia o en drama?

lunes, 13 de febrero de 2012

En el Ikea

2314, 2314...
No me puedo creer que haya olvidado el número de la tarjeta. ¿Era 2314?
¿Qué tenía yo qué comprar? Una almohada y una colcha, sí.
Pues vamos bien, voy cargando con una lampara, una alfombra, un plato, dos cucharones y ni rastro de la zona dormitorio.
¿También venden plantas? Con la última no me fue muy bien, pero tal vez una de interior...

2314...
¿Qué hago si no es el número? Tendré que dejarlo todo en la caja y morirme de vergüenza.
Aquí están las almohadas. Hay quinientos tipos... ¿Goza Tulipán? ¿Goza Pinga? ¿Para dormir boca arriba, boca abajo, de lado? ¿Es una broma?
Tenía que haber cogido un carrito o una bolsa, esto pesa mucho y apenas veo por donde voy.
¡Eh, tienen toallas!

2314...
Quizás es mejor no pensar en números, solo cerrar los ojos y teclear.
Uf, tengo que descansar, me va a dar un tirón... ¡Pero si estoy donde las colchas!
Esa es bonita. ¿¡30 pavos!?
Y esa de gris azulado... ¿también 30?
Entiendo, las bonitas 30 y las feas 15.
A ver si puedo minimizar el desastre estético.
Vaya obra maestra del diseño sueco; rojos, rosas y morados golpeándose los unos a los otros en una guerra en la que todos pierden.
¡Qué didáctica! Letras con fuente Comic Sans danzando en lo que parece ser un orden arbitrario pero que, seguro, leído en el orden correcto, forma la palabra "socorro".
¿Y este horror? ¿Quién puede comprarlo? Circulitos verdes que parecen contagiar de algo muy chungo al que ose cubrirse con ella.
¿Cómo? ¿8 euros? Hum...

¿2314?
Ha llegado el momento de la verdad.
La cajera parece simpática.
Me coge la tarjeta y ¿se lo explico antes de probar o me hago el sorprendido al fallar?
Firma digital. Ah, pues muy cómodo, qué bien.

lunes, 6 de febrero de 2012

Las patillas

A ver que mire la temperatura... 9 grados. Esto va a ser duro.
Venga, una, dos y... ¡tres, fuera camiseta!
Dioooosssss.
Un día me voy a quedar pajarito haciendo esto. Tengo que encontrar una solución intermedia entre afeitarme a pecho descubierto y acabar con la camiseta llena de pelos.
¿Quizás un babero? Elegante no es, pero en la intimidad del cuarto de baño...
¡Ay, el baño! Laboratorio de escorzos imposibles, campo de pruebas de miradas desafiantes y confesionario mudo de irresolubles complejos...

Aunque para vergüenza, la que dan estas patillas. No me había dado cuenta de que se hubieran asalvajado tanto. Ale, no se hablé más, a rebajarlas.
Vaya, se me ha ido un poco la mano con la de la izquierda, voy a tener que descargar un poco más la otra.
Hmm. No han quedado muy iguales que digamos. Bueno, si me pongo todo el rato de perfil, puede llegar a dar el pego. A lo monigote de jeroglífico. Un pequeño guiño a los inicios de la narración de momentos prescindibles. En fin, voy a ver si las puedo terminar de igualar.

¡Aaaachís!
Perfecto, vaya destrozo me acabo de hacer, esto no hay quien lo salve, he visto a adolescentes de primer bigote con patillas más decentes. Hay que amputar.
¡Adios, patillas, adios! Años han pasado desde la última vez que nos separamos...
Siento como mi lado torero me abandona ¡Olé, el rabo, que le den las dos orejas y el rabo!, mi lado mediterrano ¡más aceite, más aceite, estas croquetas todavía no nadan en aceite!, mi lado amante-bandido ¡señorita, se le ha caído este papel - no, no es mío - ¿está segura? mire que mi número está escrito en él...!, mi lado, en definitiva, español ¡Hace un calor que te torras, ¿lo pillas? que-te-to-rras jajaja!

lunes, 30 de enero de 2012

El perro de largas orejas

Gracias.
Qué buena está la camarera, ya podría estar detrás mío como lo hace este perro. ¿Quién es tan mamón de dejar a su chucho suelto?

¿Quieres dejar de olisquearme?
Quita. Quiita. Quiiiitaa. ¡Que te vayas te digo!
No me muerdas los cordones. Fueera. Fueeera. ¡Fuera!
A ver si le puedo desplazar con el pie...
Nada, que le ha cogido el gusto a mis zapatillas.
Si le doy una pequeña patadita en el hocico, ¿le dolerá mucho?
Una de tanteo y... ¡sí, parece que ha captado el mensaje, se marcha!
La verdad que el jodío tiene su gracia, con esas orejas colgando hasta casi tocar el suelo. Si no fuera porque es un foco de enfermedades, hasta le acariciaría un poco. No directamente, claro, utilizaría la cuchara del café.

¿Me habrá leído la mente? Aquí viene otra vez.
¡Abajo! ¡Quita tus pezuñas de mis rodillas!
Afuuú, afuuuú.
Mis potentes soplidos no parecen hacerle mella. Se diría que se relame y da lenguetazos al aire. ¿Me estarán repitiendo las albóndigas con tomate?
Horror, está ganando posiciones. ¡Su objetivo es el lamentón en la cara!
La situación es crítica, estoy tirando tanto de abdominales sobre esta banqueta que estoy casi en paralelo al suelo y aún así sus orejas ya están a la altura de mi pecho.
No queda otra, voy a tener que tocarle. Creo que con unas cuantas servilletas haciendo de barrera protectora es posible evitar el contagio.
¡Funciona! El golpeo repetido con servilleta unido al desplazamiento de patas está funcionando. ¡Se retira!
Parece dirigirme una última mirada de pena, creo que incluso veo una lagrima asomar, pero no caeré en su trampa otra vez.
¡Vete, vete saco de pulgas!

Pero ¿qué es esto? ¡qué paren las maquinas! ¡La dueña es la camarera pibón!
¡Ven perrito, ven, ven con papá!

lunes, 23 de enero de 2012

El censo

¿Es en serio? ¿Otra vez?
Me habéis visitado en persona dos veces, rellené el cuestionario que me mandasteis por correo, cuestionario que contenía tal número de indiscreciones que haría enrojecer a un alcalde de la comunidad valenciana y ¿ahora me mandáis otra carta pidiéndome los mismos datos?

¿Qué queréis de mí, qué queréis? Sabéis que vivo aquí, hay pruebas palpables de ello. Estoy registrado en vuestros archivos, he votado en vuestras elecciones, he compartido, como hermanos, pan y mesa con vosotros. En los buenos y en los malos momentos hemos estado juntos.
Pero no parece ser suficiente. No termináis de estar seguros de si existo y, en ese caso, en qué condiciones.

Nuestra relación tiene algo de fantasmal, de comunicación entre dos entes que saben mucho el uno del otro y que sin embargo, no se conocen. ¿Es por eso que dudáis de mí? ¿Es por eso que a veces me miráis con la curiosidad científica con la que se observa a un loco?

En último caso, ¿a qué tanto interés? Sé que sólo soy uno más para vosotros, un número entre tantos otros. Alguien con el que completar una estadística, no quiero saber cual, y que, cuando se os pase el capricho, me habréis olvidado.
Pasarán dos años, quizás menos, y cuando vaya a la ventanilla del juzgado, me preguntaréis nombre y edad.
Como si nunca nos hubiéramos tratado.
Como si nunca hubiéramos sido importantes el uno para el otro.
Como si sólo fuera un recuerdo borroso.

lunes, 16 de enero de 2012

El diccionario

¿Por qué lo hace? ¿Acaso no ve la línea de separación entre las dos mesas? Tiene espacio más que suficiente para colocar todas sus cosas, creo yo.
Claro, colocando las cosas de cualquier manera, como hace ella, no cabe todo pero con una adecuada ordenación... Esquina superior izquierda, libro de ejercicios, esquina superior derecha, diccionario y teléfono móvil. Entre ambos espacios, apuntes. Zona central de la parte inferior, libro de teoría con el que estamos trabajando, esquinas inferior izquierda y derecha, codos. Entre ambas mitades, tres bolígrafos (negro, trabajar, azul, traducir, rojo, corregir).
No me parece tan complicado. No veo la necesidad de invadir mi terreno.

Nada, ¡Así no hay quien atienda! ¿Cómo me voy a concentrar con esa esquina del diccionario asomando burlonamente por encima de mi pupitre? Esta tía me está faltando al respeto y hace como que no sabe por qué le pongo mala cara.

Ahora no mira.
Así, así, pequeños toquecitos con el codo... Alguna tosecilla para encubrir los movimientos...
Mejor paro, la profesora me está mirando raro.

Yo, así, no puedo trabajar.
Perdona, ¿puedo mirar tu diccionario tailandés-alemán? Es que tengo curiosidad por saber cómo se dice... rodaballo en tailandés. Sí, je-je, me gusta mucho aprender idiomas. Sí, je-je, por si el alemán no fuera suficiente, je-je.

Já, ¡boba! Diccionario recolocado.

No, el móvil, ¡no!
Oye, ¿qué modelo de móvil tienes? Yo antes tenía uno muy parecido, a ver que mire si es el mismo...

lunes, 9 de enero de 2012

El pollo al curry

¿Soy yo?

Ese arroz que brinca en el cazo de agua hirviendo, ¿soy yo?
Fijo mi atención sobre uno de los granos y le veo danzar a izquierda y a derecha, descomponerse, alterar su estructura, reblandecerse.
La alquimia de la cocina.
Hay otros como él a su alrededor pero en su baile no parecen jugar ningún papel.

Ese muslo de pollo troceado que se abrasa esperando la nata, ¿soy yo?
Cae la nata, los pimientos, cebolla, piña y el fruto de los almendros. Se debe endurecer por fuera pero permanecer tierno por dentro.
La alquimia de la cocina.
¡Ahora! ¡Llegó el momento! Gracias a las especias ya eres plato y no solo alimento.

Y si no soy yo, entonces, ¿por que siento que esta comida me define, que este pollo al curry es una prolongación de mí mismo y que seré juzgado dependiendo de su sabor?
Espadas en alto; la mesa puesta y los comensales sentados.

lunes, 2 de enero de 2012

El vuelo de Easyjet

Otra tira de celo para asegurar la cola y ale, listo.

Tú, simpático azafato sodomita de voz aflautada, me has despertado para ofrecerme vuestros sandwiches recalentados.
Tú, dinámica asistente de vuelo con problemas de autoestima, me has despertado para anunciarme vuestra oferta en perfumes.
Tú, juvenil azafata de teñidas canas, me has despertado para recomendarme vuestra exquisita bollería industrial.
Tú, divertido piloto de pulso resacoso, me has despertado para contarme lo mucho que te gusta tu trabajo y la temperatura que hace en este momento fuera del avión, a diez mil metros de altura.

Sí, me habéis despertado muchas veces y de muchas formas, pero yo, que ya os conozco, esta vez estaba preparado.
Así, cuando en vuestro próximo vuelo, os preguntéis si el repugnante olor que inunda el avión es fruto de vuestra podredumbre moral, no hallaréis respuesta.
Y esa duda os acompañará hasta que alguien, algún día, descubra el salmonete que coloqué debajo de mi asiento.