lunes, 20 de febrero de 2012

La azafata actriz

Todo su lenguaje es no verbal y sus gestos, exagerados. Es rubia, muy rubia, y lo sabe. En algún momento de su vida descubrió el pizpiretismo y ya nunca lo abandonó.
En el teatro de la proa del avión, allí donde los espectadores nos hundimos en butacas de las que no podemos escapar, ella representa dramas con dotes de curso por correspondencia.

Su aproximación a la dinámica de mujeres que cotillean es irregular. Ella culpará a la compañera que le da la réplica, pero lo cierto es que sus caras de sorpresa, ligera reprobación y divertida picardía resultan forzadas y no dan ganas de saber qué confidencias esconden.

Ante los mal disimulados bostezos del público y los abiertamente críticos ronquidos de una señora con bigotillo perlado de sudor, se dirige al piloto y ataca un clásico intemporal de la comedia romántica.
Él se remueve incómodo, quizás por el papelón que le ha tocado en suerte, a su edad y con esa cara, quizás simplemente porque quiere orinar.
Ella le hace caídas de ojos de manual y él, incrédulo pero halagado, dirige continuas miradas al baño. La situación se prolonga unos minutos pero en cuanto ella se distrae por una turbulencia, él hace mutis por el foro.

La precipitada salida del piloto y la llegada de un niño de lela mirada, le dan la oportunidad de redimirse ante el público femenino. La acción se desarrolla según los cánones; ella le sonríe, él la mira adorablemente, ella le coge en brazos. Pero entonces la cara del niño se oscurece y en la de ella se dibuja una mueca de espanto.
La gente grita pero yo me abstraigo y me pregunto; ese caca diarreica que resbala por su brazo ¿es también un tópico o un giro inesperado? ¿Estamos en comedia o en drama?

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