lunes, 30 de enero de 2012

El perro de largas orejas

Gracias.
Qué buena está la camarera, ya podría estar detrás mío como lo hace este perro. ¿Quién es tan mamón de dejar a su chucho suelto?

¿Quieres dejar de olisquearme?
Quita. Quiita. Quiiiitaa. ¡Que te vayas te digo!
No me muerdas los cordones. Fueera. Fueeera. ¡Fuera!
A ver si le puedo desplazar con el pie...
Nada, que le ha cogido el gusto a mis zapatillas.
Si le doy una pequeña patadita en el hocico, ¿le dolerá mucho?
Una de tanteo y... ¡sí, parece que ha captado el mensaje, se marcha!
La verdad que el jodío tiene su gracia, con esas orejas colgando hasta casi tocar el suelo. Si no fuera porque es un foco de enfermedades, hasta le acariciaría un poco. No directamente, claro, utilizaría la cuchara del café.

¿Me habrá leído la mente? Aquí viene otra vez.
¡Abajo! ¡Quita tus pezuñas de mis rodillas!
Afuuú, afuuuú.
Mis potentes soplidos no parecen hacerle mella. Se diría que se relame y da lenguetazos al aire. ¿Me estarán repitiendo las albóndigas con tomate?
Horror, está ganando posiciones. ¡Su objetivo es el lamentón en la cara!
La situación es crítica, estoy tirando tanto de abdominales sobre esta banqueta que estoy casi en paralelo al suelo y aún así sus orejas ya están a la altura de mi pecho.
No queda otra, voy a tener que tocarle. Creo que con unas cuantas servilletas haciendo de barrera protectora es posible evitar el contagio.
¡Funciona! El golpeo repetido con servilleta unido al desplazamiento de patas está funcionando. ¡Se retira!
Parece dirigirme una última mirada de pena, creo que incluso veo una lagrima asomar, pero no caeré en su trampa otra vez.
¡Vete, vete saco de pulgas!

Pero ¿qué es esto? ¡qué paren las maquinas! ¡La dueña es la camarera pibón!
¡Ven perrito, ven, ven con papá!

lunes, 23 de enero de 2012

El censo

¿Es en serio? ¿Otra vez?
Me habéis visitado en persona dos veces, rellené el cuestionario que me mandasteis por correo, cuestionario que contenía tal número de indiscreciones que haría enrojecer a un alcalde de la comunidad valenciana y ¿ahora me mandáis otra carta pidiéndome los mismos datos?

¿Qué queréis de mí, qué queréis? Sabéis que vivo aquí, hay pruebas palpables de ello. Estoy registrado en vuestros archivos, he votado en vuestras elecciones, he compartido, como hermanos, pan y mesa con vosotros. En los buenos y en los malos momentos hemos estado juntos.
Pero no parece ser suficiente. No termináis de estar seguros de si existo y, en ese caso, en qué condiciones.

Nuestra relación tiene algo de fantasmal, de comunicación entre dos entes que saben mucho el uno del otro y que sin embargo, no se conocen. ¿Es por eso que dudáis de mí? ¿Es por eso que a veces me miráis con la curiosidad científica con la que se observa a un loco?

En último caso, ¿a qué tanto interés? Sé que sólo soy uno más para vosotros, un número entre tantos otros. Alguien con el que completar una estadística, no quiero saber cual, y que, cuando se os pase el capricho, me habréis olvidado.
Pasarán dos años, quizás menos, y cuando vaya a la ventanilla del juzgado, me preguntaréis nombre y edad.
Como si nunca nos hubiéramos tratado.
Como si nunca hubiéramos sido importantes el uno para el otro.
Como si sólo fuera un recuerdo borroso.

lunes, 16 de enero de 2012

El diccionario

¿Por qué lo hace? ¿Acaso no ve la línea de separación entre las dos mesas? Tiene espacio más que suficiente para colocar todas sus cosas, creo yo.
Claro, colocando las cosas de cualquier manera, como hace ella, no cabe todo pero con una adecuada ordenación... Esquina superior izquierda, libro de ejercicios, esquina superior derecha, diccionario y teléfono móvil. Entre ambos espacios, apuntes. Zona central de la parte inferior, libro de teoría con el que estamos trabajando, esquinas inferior izquierda y derecha, codos. Entre ambas mitades, tres bolígrafos (negro, trabajar, azul, traducir, rojo, corregir).
No me parece tan complicado. No veo la necesidad de invadir mi terreno.

Nada, ¡Así no hay quien atienda! ¿Cómo me voy a concentrar con esa esquina del diccionario asomando burlonamente por encima de mi pupitre? Esta tía me está faltando al respeto y hace como que no sabe por qué le pongo mala cara.

Ahora no mira.
Así, así, pequeños toquecitos con el codo... Alguna tosecilla para encubrir los movimientos...
Mejor paro, la profesora me está mirando raro.

Yo, así, no puedo trabajar.
Perdona, ¿puedo mirar tu diccionario tailandés-alemán? Es que tengo curiosidad por saber cómo se dice... rodaballo en tailandés. Sí, je-je, me gusta mucho aprender idiomas. Sí, je-je, por si el alemán no fuera suficiente, je-je.

Já, ¡boba! Diccionario recolocado.

No, el móvil, ¡no!
Oye, ¿qué modelo de móvil tienes? Yo antes tenía uno muy parecido, a ver que mire si es el mismo...

lunes, 9 de enero de 2012

El pollo al curry

¿Soy yo?

Ese arroz que brinca en el cazo de agua hirviendo, ¿soy yo?
Fijo mi atención sobre uno de los granos y le veo danzar a izquierda y a derecha, descomponerse, alterar su estructura, reblandecerse.
La alquimia de la cocina.
Hay otros como él a su alrededor pero en su baile no parecen jugar ningún papel.

Ese muslo de pollo troceado que se abrasa esperando la nata, ¿soy yo?
Cae la nata, los pimientos, cebolla, piña y el fruto de los almendros. Se debe endurecer por fuera pero permanecer tierno por dentro.
La alquimia de la cocina.
¡Ahora! ¡Llegó el momento! Gracias a las especias ya eres plato y no solo alimento.

Y si no soy yo, entonces, ¿por que siento que esta comida me define, que este pollo al curry es una prolongación de mí mismo y que seré juzgado dependiendo de su sabor?
Espadas en alto; la mesa puesta y los comensales sentados.

lunes, 2 de enero de 2012

El vuelo de Easyjet

Otra tira de celo para asegurar la cola y ale, listo.

Tú, simpático azafato sodomita de voz aflautada, me has despertado para ofrecerme vuestros sandwiches recalentados.
Tú, dinámica asistente de vuelo con problemas de autoestima, me has despertado para anunciarme vuestra oferta en perfumes.
Tú, juvenil azafata de teñidas canas, me has despertado para recomendarme vuestra exquisita bollería industrial.
Tú, divertido piloto de pulso resacoso, me has despertado para contarme lo mucho que te gusta tu trabajo y la temperatura que hace en este momento fuera del avión, a diez mil metros de altura.

Sí, me habéis despertado muchas veces y de muchas formas, pero yo, que ya os conozco, esta vez estaba preparado.
Así, cuando en vuestro próximo vuelo, os preguntéis si el repugnante olor que inunda el avión es fruto de vuestra podredumbre moral, no hallaréis respuesta.
Y esa duda os acompañará hasta que alguien, algún día, descubra el salmonete que coloqué debajo de mi asiento.