lunes, 2 de abril de 2012

La cerilla

Es la cruz de la moneda.
Uno no piensa en ello cuando toma la decisión de compartir piso, pero, más pronto que tarde, ocurre. Y se descubre limpiando la mierda de los demás.
Una mierda no sólida, correcto, pero aún así plenamente palpable, paladeable incluso, si el gusto es tal. Una mierda en suspensión. La caca flotante. El excremento gravitacional en clave de vals de Strauss.
Pequeñas, ¡que digo pequeñas! ¡minúsculas! partículas de una deposición, quizás trabajosa, quizás ágil y resuelta, que ahora revuelan, juguetonas, por un cuarto de baño sin ventanas. Las últimas de Filipinas de una comida copiosa.

Y ahí estoy yo, iluminando su camino a la inmortalidad. Previa combustión.
Con la cerilla en alto, soy el homo erectus que da uso al fuego por primera vez, que descubre rincones oscuros amparado por la llama, consciente de los peligros que entraña, pero firmemente resuelto a ello.
Muevo la cerilla por todas partes. Gesto innecesario. Las partículas de detrito vienen a mí como polillas en noche de verano.
Saben que es mejor arder de un chispazo y convertirse en humo negro, que disiparse lentamente.

¡Qué punk es la mierda!

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