lunes, 12 de diciembre de 2011

Atropello

Agh... me duele todo. ¿Estoy bien? Parece que sí.
Menos mal que las botas y la chupa han parado un poco el impacto.
Christopher Reeve dijo lo mismo al caerse del caballo.

Ahí viene. ¿Lo habrá hecho a proposito? No tiene sentido pero tiene que haberme visto, no lo entiendo.
Se disculpa. No se lo cree ni él. No llega a admitir su culpa, en el fondo piensa que le tenía que haber dejado pasar y que me lo merezco.
Llega su mujer. Parece asustada. Tanto que no puede ni hablar, aunque sus ojos parecen pedirme perdón. ¿Qué es esto, una versión actualizada de poli bueno, poli malo?
Qué tío, abre la cartera y me ofrece veinte euros. Por si tengo que reparar alguna cosa de la bicicleta, dice.
La mujer me mira con ojos implorantes, cógelos, cógelos, te lo mereces.

¿Me lo merezco? ¿Sí? ¿El dinero? ¿El golpe? ¿Los dos?
De acuerdo, mi bicicleta tiene unos frenos como para representar El Cascanueces en patinaje artístico, la luz no funciona y mi timbre, marca ACME, no impone gran cosa, pero el que se ha saltado el semáforo ha sido él. Y eso sigue teniendo alguna importancia, ¿no?
Además, tampoco es que su coche esté en perfectas condiciones, que todos hemos visto su tapacubos saltar como alegre conejo al encontrarse con mi pie.
Pero el que iba en bicicleta era yo, cierto.
Como en el pasado y en el futuro, yo en bicicleta y él en Mercedes.

Veinte euros por las molestias.
Veinte euros con ojos de hombre magnánimo.
¿Tendré que pagar intereses?

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