lunes, 26 de septiembre de 2011

El inodoro

Arrodillado con el culo en pompa. El cuerpo proyectado hacia adelante. El antebrazo forma una V con el brazo al introducirse en la parte posterior del retrete. El sudor corre profusamente por la cara, aplastada contra la pared. Todos los músculos en tensión.
Por un momento creo formar parte del reparto de la versión para adultos de Mario Bros, a punto de caramelo para recibir la preciada seta.

El tornillo parecer girar, pero un momento de dislexia, de confusión infantil entre derecha e izquierda, norte y sur, me hace dudar; ¿seguro que lo estoy aflojando? Llevo ya un par de minutos con el destornillador en la mano y solo he conseguido dos vahídos y un calambre.
En esos instantes de incertidumbre, recibo el premio a mis esfuerzos; una araña patilarga sale del nido que he debido destruir y desfila a escasos centímetros de mi cara en señal de protesta. Impasible el ademán, no dejo que me distraigan ninguna de sus ocho patas, su cuerpo ligeramente cubierto de pelo, sus dos quelíceros o sus tres pares de ojos, fijos en mi.

Siguiendo sus precisas indicaciones, dirigidas con aire marcial desde la punta de mi nariz, termino el trabajo y me incorporo para comprobar el resultado; en un museo, como parte de una exposición de arte povera, podría dar el pego. En casa de mi abuelos, con el único propósito de ser centro de asueto y alivio, pone en serias dificultades incluso a quien solo se encuentra en un trance de aguas menores.

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